Petrobras, junto a empresas como Exxon, Chevron y CNPC, lidera las concesiones que se formalizarán en octubre.
Brasil adjudicó a varias compañías petroleras la explotación de 19 yacimientos offshore frente al delta del Amazonas, como parte de una subasta organizada por la Agencia Nacional del Petróleo, que ofreció un total de 172 áreas. El Gobierno celebró los resultados como un éxito, ya que se recaudaron 989 millones de reales (180 millones de dólares), el doble de lo esperado, y se prevén inversiones anuales superiores a los 260 millones de dólares.
Sin embargo, el entusiasmo oficial contrasta con la indignación de ecologistas e indígenas, que protestaron por lo que llamaron “la subasta del Juicio Final”. La presión por extraer petróleo en la región se ha intensificado tras el hallazgo de reservas en Guyana, lo que genera tensiones dentro del propio Gobierno brasileño. Petrobras impulsa el proyecto, aunque aún faltan permisos ambientales clave, situación que el presidente Lula ha criticado abiertamente.
El Gobierno justifica la apertura de esta nueva frontera petrolífera en el norte del país ante el inminente agotamiento de los yacimientos del presal en la costa sureste. Para el ministro de Minas y Energía, Alexandre Silveira, este avance representa desarrollo y reducción de desigualdades, sobre todo para regiones empobrecidas como el estado de Amapá, donde se espera que el petróleo impulse la economía local.
Petrobras, junto a empresas como Exxon, Chevron y CNPC, lidera las concesiones que se formalizarán en octubre, coincidiendo con una nueva subasta y poco antes de la COP30, que se celebrará en Belém do Pará, cerca de los pozos proyectados. Esta coincidencia ha desatado críticas internacionales y nacionales, con manifestaciones en Brasil y en Alemania, sede de una reunión preparatoria para la cumbre climática.
Organizaciones como Greenpeace denuncian que, en lugar de expandir la extracción de petróleo, Brasil debería enfocarse en abandonar los combustibles fósiles. Acusan al Gobierno de incoherencia al presentarse como líder climático mientras impulsa la exploración petrolera en zonas ecológicamente sensibles, lo que podría poner en entredicho su credibilidad en la COP30.