La lava del Etna es particularmente interesante por su compleja composición geoquímica.
El Monte Etna, el volcán más alto y activo de Europa, volvió a rugir esta semana con una erupción espectacular en la región de Sicilia. Columnas de ceniza y gas se elevaron sobre el cráter sureste del volcán, ofreciendo un dramático espectáculo natural que atrajo la atención de residentes, turistas y científicos. La escena, aunque impactante, fue controlada y no supuso un riesgo inmediato para la población.
La erupción generó un flujo piroclástico —una mezcla de gases calientes, cenizas y rocas— tras el colapso parcial del cráter. Afortunadamente, el fenómeno ocurrió en una zona deshabitada, minimizando los riesgos. Boris Behncke, vulcanólogo del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia, afirmó que se trató de un episodio llamativo, pero dentro de lo esperado para la actividad habitual del Etna.
Las autoridades italianas activaron protocolos de seguridad y recomendaron a los visitantes mantenerse alejados de la zona volcánica. La presencia de humo oscuro y el estruendo de la explosión generaron inquietud entre algunos residentes y turistas. Sin embargo, los flujos de lava permanecieron contenidos dentro de límites naturales, y no fue necesario evacuar poblaciones cercanas.
Esta es la erupción más significativa del Etna desde 2014, y como en otras ocasiones, ofrece a los científicos una valiosa oportunidad para estudiar los procesos internos de la Tierra. Las erupciones volcánicas permiten observar materiales que emergen desde el manto terrestre, revelando pistas sobre la geología profunda del planeta.
La lava del Etna es particularmente interesante por su compleja composición geoquímica. A diferencia de otros volcanes italianos, su origen no se debe solo a procesos de subducción. Sus flujos contienen tanto elementos del manto profundo, como magnesio y hierro, como minerales más superficiales como el potasio. Este tipo de volcanismo, similar al de otras regiones ricas en minerales como la Caldera McDermitt en EE.UU. o el Monte Erebus en la Antártida, convierte al Etna en un laboratorio natural para explorar las riquezas ocultas del subsuelo terrestre.