La Fundación Jubileo advierte que Bolivia enfrenta un déficit energético que ya impacta sus exportaciones de gas y pone en riesgo su autosuficiencia. Perú debe observar este escenario dada su interconexión energética andina.
Bolivia atraviesa una creciente dependencia del gas natural para sostener su matriz eléctrica, un recurso que empieza a escasear. Actualmente, el 66 % de la generación eléctrica proviene de termoeléctricas alimentadas por gas, según datos del especialista Fernando Rodríguez Calvo. Esta fuente aporta más de 1.080 megavatios en horas pico, frente a los 449 megavatios de origen hidroeléctrico y apenas un 7 % generado con fuentes renovables como energía solar, eólica o biomasa.
Este modelo no solo representa un riesgo técnico, sino también económico. Por primera vez, el consumo doméstico de gas natural ha superado a las exportaciones: de los 12,72 millones de metros cúbicos diarios utilizados internamente, 8 millones se destinan exclusivamente a generar electricidad. La disminución en los envíos al exterior ha recortado significativamente el ingreso de divisas, lo que repercute en la capacidad del país para importar combustibles como gasolina y diésel.

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Las proyecciones son preocupantes. Según la Fundación Jubileo, Bolivia podría verse obligada a importar gas a partir del 2028 si no descubre y desarrolla nuevos megacampos. Raúl Velásquez, analista en hidrocarburos, indicó que la caída productiva comenzó entre 2015 y 2016, pero no fue abordada con la urgencia requerida por priorizar agendas políticas sobre las económicas. Además, explicó que los ingresos por regalías se ven gravemente afectados por la diferencia entre el precio del gas exportado (US$ 7 por millón de BTUs) y el del gas destinado al mercado interno (US$ 1,30).
Ante esta crisis, la Fundación propone tres reformas estructurales: reducción del gasto público eliminando entidades ineficientes, sinceramiento del tipo de cambio y una reestructuración de los subsidios a los combustibles, que actualmente benefician incluso a sectores de altos ingresos. Este panorama energético es clave también para países como Perú, que mantienen relaciones comerciales y de infraestructura con Bolivia y que podrían enfrentar impactos indirectos si el país vecino se convierte en importador neto de gas.