De manera incremental, el planeta consumirá mayores cantidades de aluminio, grafito, níquel, cobalto, cobre o litio, llegando a necesitar hasta cinco veces más que la cantidad actual para 2050, en algunos segmentos.
Un documento del Banco Mundial aparecido en mayo de 2020 lo precisa. La nueva realidad “tendrá implicaciones significativas para una gran variedad de industrias y para los países en desarrollo que son ricos en minerales”, señaló en el informe mencionado el experto Riccardo Puliti.
A primera vista parecería que Colombia verá los toros desde la barrera. Con reservas importantes de carbón, cuyo apetito viene en descenso, con una cantidad relativamente modesta de hidrocarburos el país da la impresión de ser una víctima probable de la revolución energética. Si no es posible reactivar las ventas o encontrar nuevos campos petroleros, estarían en riesgo los dos principales renglones de las exportaciones.
Sin embargo, habría como compensar el descenso. Al menos así piensan quienes creen que en el territorio nacional existen depósitos importantes de minerales que merecen ser cuantificados, para lo cual se requiere una actividad exploratoria intensa. Aunque en el pasado se han adelantado algunas labores, queda mucho por hacer, comentó Ricardo Ávila, en un informe especial para el diario El Tiempo.
¿Fuera de la foto?
Las apuestas se concentran sobre todo en el cobre, que cuenta con propiedades inigualables en materia de conductividad, ductilidad, maleabilidad, resistencia a la corrosión o falta de magnetismo. Usado desde tiempos ancestrales por la humanidad, el elemento químico que tiene un número atómico de 29 en la tabla periódica es clave en incontables aplicaciones, ya sea en forma pura o en aleaciones como el bronce.
Desde la industria de la construcción hasta la electrónica, pasando por la fabricación de monedas o los insumos médicos, muchos artículos dependen de un metal que tiene una gran presencia en América Latina y especialmente en la cordillera de Los Andes. Eso para no hablar de paneles solares, turbinas de viento o vehículos eléctricos.
Chile es el primer productor mundial –pues aporta más de la cuarta parte de un consumo cercano a 20 millones de toneladas anuales– y Perú, el segundo. Más recientemente, en la lista también han aparecido Ecuador, a través del proyecto Mirador, y Cobre Panamá, cerca del istmo, con un par de iniciativas que demandaron inversiones por 2.000 y 6.000 millones de dólares, respectivamente, y que ya comenzaron a exportar.
Pensar que algo similar puede ocurrir aquí no es descabellado. Basta mirar un mapa de las reservas identificadas en las naciones andinas para darse cuenta de que en el caso colombiano hay una ausencia inexplicable de hallazgos importantes. “Es un mineral estratégico respecto al cual tenemos un potencial geológico increíble”, señala Juan Miguel Durán, presidente de la Agencia Nacional de Minería.
Que hay indicios de una gran riqueza cuprífera es innegable. Las pesquisas realizadas hasta ahora sugieren que en la parte norte de la cordillera Occidental está localizado un cinturón de pórfidos de cobre, que es el término con el que se conocen las áreas en dónde hay una gran concentración de reservas.
Los especialistas hablan de una especie de triángulo que comprende parte de los departamentos de Córdoba, Antioquia y Chocó. En este último, de hecho, se encuentra la única explotación activa hoy en día, a cargo de una compañía canadiense ubicada en El Carmen de Atrato. A su vez, en jurisdicción de Jericó (Ant.), se ubicaría el proyecto Quebradona, cuyos permisos están en trámite.
Otros prospectos aparecen en diversos puntos de la geografía. Cerca de la frontera con Venezuela, en las estribaciones de la serranía del Perijá, también se han identificado zonas con muy buen potencial. En el Cauca, igualmente, aparecen varias opciones interesantes.
No obstante, es en el noroccidente del territorio nacional en donde se concentran las grandes apuestas. Lo que se ha encontrado hasta ahora muestra una concentración de mineral que supera al menos en un 50 por ciento el promedio mundial.
Pros y contras
Y ese es un punto clave. Tal como ocurre en operaciones de este tipo, de lo que se trata es de extraer el cobre y otros metales asociados como oro o plata, cuya presencia en un tajo o un corte es cercana al uno por ciento, lo que implica extraer miles de metros cúbicos de piedra y tierra para llegar a una tonelada. En la medida en que el tenor sea más alto, la productividad aumenta, al igual que la rentabilidad del proyecto.
Por ese motivo existen aquellos que sostienen que el santo grial del cobre se encuentra en Colombia, algo trascendental en un planeta en el cual no se hacen hallazgos importantes del elemento desde 2017. A la luz de esa percepción, no resulta exagerado el planteamiento de llegar a ser los terceros exportadores más importantes del metal en la región para 2030.
Lo que eso significaría a la vuelta de unos años no es de orden menor. Desde el punto de vista global, el país podría ser un engranaje clave de la transformación energética al convertirse en un importante proveedor de un mineral indispensable. Además, si logra jugar bien sus cartas, existe la posibilidad de avanzar en la cadena de valor, pasando no solo a ser un vendedor de materias primas sino de bienes procesados o manufacturados.