Las grandes productoras de diamante enfrentan pérdidas millonarias, recortes masivos y una pérdida de sentido cultural del diamante como bien de lujo. En Wall Street y Asia, el impacto se sigue con atención por su vínculo con el consumo global.
La industria global del diamante atraviesa una crisis profunda y sin precedentes. Así lo advierte la empresaria y académica Leanne Kemp, quien señala que ya no se trata de una etapa de declive, sino de un desmoronamiento estructural. Más allá del colapso comercial, el sector enfrenta una creciente desconexión cultural: el discurso tradicional del diamante como símbolo de permanencia y romance ya no resuena en una sociedad que prioriza sostenibilidad, transparencia y abastecimiento ético.
Los datos respaldan la magnitud del problema. De Beers, la mayor productora por valor, registró una caída de 44% en sus ingresos recientes y acumula inventarios sin vender por US$2.000 millones. La empresa, operadora clave en Botsuana, planea recortar más de 1.000 empleos. En tanto, Alrosa, bajo fuertes sanciones, detuvo actividades en minas estratégicas tras una caída del 77% en sus utilidades. Petra Diamonds también sufrió una baja del 30% en ventas, lo que derivó en la salida de su director ejecutivo.
En otras latitudes, la situación no es menos crítica. La australiana Lucapa solicitó protección por insolvencia la semana pasada, mientras que Koidu Limited en Sierra Leona cerró sus operaciones y despidió a más de mil trabajadores. Incluso Lucara, con operaciones en Botsuana y Canadá, enfrenta advertencias sobre su viabilidad a pesar de inversiones en curso.
Estos hechos no son incidentes aislados. Son señales de que el modelo de negocio y la estructura de costos del sector ya no se ajustan a los tiempos actuales. Kemp sostiene que, para sobrevivir, la industria del diamante deberá repensarse a fondo, abandonando las narrativas tradicionales y adaptándose a una nueva demanda global basada en responsabilidad social y ambiental.