La concentración de tierras raras en China pone en alerta a la industria global. EE.UU. y la UE buscan diversificar su aprovisionamiento estratégico.
Las tierras raras, esenciales para la transición energética y la industria tecnológica, han entrado nuevamente en el foco geopolítico global. Con más del 60% de la extracción y el 92% del refinado mundial de estos metales, China ha convertido su dominio en una poderosa herramienta comercial. La industria automotriz es una de las más afectadas, especialmente por la reciente decisión de Pekín de restringir sus exportaciones mediante licencias, lo que ya provocó interrupciones de producción en Europa.
En abril, China implementó un sistema de control que exige autorización para la exportación de tierras raras e imanes derivados. Según la Asociación Europea de Fabricantes de Equipos Automotrices (CLEPA), “China aprobó apenas un 25% de las licencias de exportación”, en un contexto de guerra comercial con Estados Unidos. Como respuesta, Beijing propuso crear un “canal verde” para acelerar los permisos hacia la Unión Europea, aunque las tensiones persisten.
Estados Unidos y la UE han empezado a diversificar sus fuentes. Japón, por ejemplo, cerró acuerdos con la australiana Lynas y desarrolló una industria de reciclaje tras sufrir un corte de suministro en 2010. Mientras tanto, Groenlandia y Brasil ganan atención como nuevas reservas estratégicas. “Cuanto más aumenta la demanda por estas materias primas, más se buscan y más se encuentran”, explicó John Seaman, investigador del IFRI, al advertir que el reto no es la disponibilidad, sino el costo de extracción frente a los precios de mercado.
La Agencia Internacional de la Energía estima que la demanda de tierras raras aumentó 30% en la última década. Para 2050, la Unión Europea necesitará 26 veces más de estos metales, según cálculos de la Universidad KU Leuven. Frente a esta realidad, países productores buscan avanzar en regulación, soberanía tecnológica y cadenas de valor sostenibles para no depender exclusivamente de China, que controla también el 90% de la producción de imanes permanentes necesarios para vehículos eléctricos, turbinas eólicas y equipos militares.