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ALBERTO BENAVIDES DE LA QUINTANA, EL PATRIARCA DE LA MINERÍA PERUANA

Por Eva Cruz

A un año de su partida, su legado sigue intacto. Don Alberto Benavides de la Quintana seguirá siendo el pionero en la formación de una cultura minera sin precedentes en nuestro país. Y es que su amor por los cerros, los minerales y la naturaleza se ha convertido en una combinación perfecta para todo aquel que quiera emprender en esta industria. Gracias a sus experiencias, hoy todos sabemos que es posible el desarrollo de la minería peruana de la mano del más profundo respeto al medio ambiente y a las comunidades indígenas.

El patriarca de la minería peruana se lo mereció todo. Y es que ni sus 92 años ni nada impedía que vaya todos los días a su oficina y siga tomando decisiones a favor de la industria. No por un afán monetario (aunque sabía la gran cantidad de dinero asociada a la minería, esta idea era secundaria para él), sino porque él consideraba esta actividad como el nexo entre las realidades costeñas y serranas. Para Don Alberto Benavides de la Quintana, la minería era la excusa perfecta para erradicar la pobreza de nuestra sierra. Él no fue un simple minero, fue un notable geólogo, un hombre que amó el Perú.

Cuando la familia Benavides ya era reconocida por su historia política, don Alberto inició un nuevo camino. Se interesó, contrariamente a la tradición familiar, por los cerros.

Con los cursos de geografía que lo invitaban a viajar imaginariamente por el Perú, nació su interés por conocer cada rincón del país. Ingresó a la Escuela de Ingenieros (hoy Universidad Nacional de Ingeniería UNI) a estudiar Ingeniería, pero le bastó un año para darse cuenta que lo suyo era realmente la geología.

En 1938, aún universitario, aceptó viajar a Puno para conocer la mina de la familia Peña Prado. Lejos de amedrentarse por los más de cinco mil metros de altura y el frío, se quedó maravillado con el escenario. Luego, en el verano siguiente, le recomendaron viajar a otro campamento minero: al de Atococha. Dos meses después, el joven saldría más convencido de que el mundo minero era lo suyo.

Se graduó, en 1941, como ingeniero de minas e inmediatamente comenzó a trabajar en la Cerro de Pasco Mining Corporation como geólogo asistente. Un año más tarde, recibió una beca para estudiar una maestría en la Universidad de Harvard, donde estuvo hasta 1944.

Regresó a la Cerro de Pasco y en 1950 fue nombrado jefe de exploradores de toda la firma. Al año siguiente, llegó a explorar Antamina. Años más tarde, se interesó por la mina Julcani (Huancavelica), la compró y, así, en 1953, fundó Compañía de Minas Buenaventura, pasando de ser un apasionado geólogo a encargarse de las finanzas. Un gran reto.

Julcani fue un éxito en los siguientes tres años, pero la situación se complicó. Benavides comprendió que su empresa debía diversificarse y así comenzó la expansión de Buenaventura. En las siguientes décadas, comenzó la operación de diez minas que iban desde Cajamarca hasta Moquegua. Hoy traspasa fronteras, con operaciones en el vecino país de Chile.

“Tuvimos resultados positivos que nunca soñamos cuando nos lanzamos a la aventura de Julcani”, recordó a sus 91 años.

1991 fue un año duro. Pero, afortunadamente, el olfato de negocios de don Alberto salvó la firma. Se asoció a la mina Yanacocha. Desde ese entonces hasta hoy, todo mejoró. Un gran logro: en 1996 Buenaventura se convirtió en la primera minera latinoamericana en cotizar en la Bolsa de Valores de Nueva York.

“Él nos enseñó que para explorar lo desconocido hay que tener convicción, y que eso genera compromiso. Mi padre le ha dado a Compañía de Minas Buenaventura la mística del crecimiento orgánico y la vocación por la exploración. Nos enseñó que la suerte viene con la experiencia, el trabajo y la constancia”, versan sus líneas en un homenaje que le hizo en vida a su padre, a través de un medio digital, el hoy CEO de Cía. de Minas Buenaventura, Roque Benavides Ganoza.

Con los pasos que dio, don Alberto Benavides de la Quintana logró consolidar su empresa como una de las mineras más importantes del país. Y es que más que un exitoso empresario, fue un gran apasionado por su país. Su amor y respeto por la naturaleza y las comunidades indígenas nunca serán olvidados.

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